La obra Desdichado deleite del destino de Roberto Perinelli, y dirigida por Corina Fiorillo, se adentra no solo en los suburbios geográficos, si no también en los del alma.
Lo suburbano, con su idiosincrasia, sus tiempos, modismos y cadencias, es plasmado en muy buena forma por el texto de autor y reafirmado por la directora. El aire que se respira es el de cualquier patio, los personajes son los vecinos del barrio.
De ahí el gran merito de la obra, ya que crea con esos elementos, una trama de una engañosa simpleza.
Detallar ciertas características de los personajes sería, de alguna manera, develar los diferentes giros que se suceden en la pieza. Solo diré que haya una mirada nada complaciente a cierto “folklore popular” que es utilizado por muchas personas para disfrazar su autoritarismo.
Las actuaciones son muy buenas. Belén Brito aúna sutileza y furia, Nelson Rueda entrega la pintura de un hombre que le da lucha a la resignación, y Nacho Vavassori varía estupendamente las distintas caras de su personaje.
Tanto el diseño escenográfico como de vestuario, de Julieta Risso, imprime fuertemente el clima arriba citado. El aprovechamiento espacial de la sala y los pocos, pero justos elementos utilizados, sumergen al espectador en la intimidad de ese espacio suburbano. El vestuario sitúa tanto la temporalidad, como la clase social por la que transitan los personajes.
Una mañana de barrio, ese es clima que logra la luz de Soledad Ianni.
Un ajustado trabajo de Fiorillo que, con criterio, expuso los intersticios del texto de Perinelli.
Desdichado deleite del destino seguramente dejará a su término más de un tema para pensar.
Gabriel Peralta - Crítica Teatral - 17-04-2008
Lo suburbano, con su idiosincrasia, sus tiempos, modismos y cadencias, es plasmado en muy buena forma por el texto de autor y reafirmado por la directora. El aire que se respira es el de cualquier patio, los personajes son los vecinos del barrio.
De ahí el gran merito de la obra, ya que crea con esos elementos, una trama de una engañosa simpleza.
Detallar ciertas características de los personajes sería, de alguna manera, develar los diferentes giros que se suceden en la pieza. Solo diré que haya una mirada nada complaciente a cierto “folklore popular” que es utilizado por muchas personas para disfrazar su autoritarismo.
Las actuaciones son muy buenas. Belén Brito aúna sutileza y furia, Nelson Rueda entrega la pintura de un hombre que le da lucha a la resignación, y Nacho Vavassori varía estupendamente las distintas caras de su personaje.
Tanto el diseño escenográfico como de vestuario, de Julieta Risso, imprime fuertemente el clima arriba citado. El aprovechamiento espacial de la sala y los pocos, pero justos elementos utilizados, sumergen al espectador en la intimidad de ese espacio suburbano. El vestuario sitúa tanto la temporalidad, como la clase social por la que transitan los personajes.
Una mañana de barrio, ese es clima que logra la luz de Soledad Ianni.
Un ajustado trabajo de Fiorillo que, con criterio, expuso los intersticios del texto de Perinelli.
Desdichado deleite del destino seguramente dejará a su término más de un tema para pensar.
Gabriel Peralta - Crítica Teatral - 17-04-2008